Cortesía de la Artista y Galería |
La frase “The
Capitalist Function of the Ragpicker” (la autoría de la misma pertenece a
Adorno en una misiva enviada a su maestro y amigo Walter Benjamin), título de
la actual muestra de Cristina Garrido en la galería Louis 21 “The Gallery”,
en Madrid, la podemos traducir de diversas maneras, tantas como “versiones”, o
“lecturas”, estemos dispuestos a utilizar para una mejor aproximación,
interesada e “ideológica”, al contenido semántico que la frase encierra en sí
misma, y no siendo ajena a esa ideología o doctrina (bien al contrario) la
voluntaria y decidida utilización, en el título querido por la artista para la
exposición, de una lengua diferente a la formativa y educacional de su hacedora.
Pero para no extraviarnos más de lo que nos dicen las buenas formas, nos vamos
a quedar únicamente con dos “traducciones”, la literal y la “artística”. En efecto,
el epígrafe utilizado puede perfectamente traducirse, y sin engañar a nadie,
como “la función capitalista del trapero”, pero nos interesa más, mucho más, la
versión “creativa” de ese mismo cartel. Por ejemplo: “la (dis)función capitalista
del productor de hechos artísticos en tanto que procesador de signos
encontrados en la basura”. Sin duda, en esta segunda aceptación nos pueden
acusar de habernos pasado de creativos, si bien, afortunadamente, ello iría al
haber (o al debe) de la propia artista, y menos a nuestra singular y desbocada fantasía
interpretativa. Es lo que tiene escribir sobre arte, que te ofrece una gran libertad
de acción y pensamiento, y no menor de la que dispone el artista con su obra.
El interés, o la preocupación, por la dialéctica
establecida entre valor de uso y valor de cambio, o la función mediadora de la
producción artística entre esas dos realidades socio económicas, siempre ha
estado presente en la obra de Cristina Garrido desde sus primeras muestras
colectivas, pero en la actual exposición, a más de un mayor refinamiento formal
y de una casi luterana apuesta en la presentación de la obra: austera,
silenciosa, grave, temperada en su manifestación expresiva, al igual que
económica y ahorrativa en los medios y recursos utilizados, he encontrado otros
argumentos que, sin abandonar determinados desvelos “economicistas” (pero mejor
filtradas y tamizadas esas perturbaciones propias de la economía de mercado), considero
de un gran avance, significativo, en su obra. Veamos.
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La artista, con su obra, parece afirmarse en la idea de
que en un mundo dominado por las transacciones comerciales, no puede haber
lugar para la alegoría, pues la misma ha sido asesinada por la representación comercial de su propia poética, y
ésta vaciada de su primitivo sentido, incapaz de reestructurarse más allá de lo
que estemos dispuestos a pagar por esa poética indefensa y perturbada. Cuanto
más aturdida y dislocada más subiremos el monto de su valor. Para dejar
constancia de ello Cristina Garrido se sitúa en un estratégico “fuera de campo”,
pero muy importante esta posición aparentemente secundaria, pues es la que le
permite, paradójicamente, un “tratamiento corporal” de un discurso dominado por
la obsesión capitalista del “te vendo” y “te compro”. Pero vamos a intentar
explicarnos de una manera más efectiva o, en la medida de lo posible, “transparente”.
¿Qué entiendo por esa abstracción confusa que he definido
como “tratamiento corporal” y que parece más propia de un instituto de belleza o
de un spa especializado en lograr
estilizados programas (económicos) para embellecimiento del cuerpo? Cuando la
alegoría ha sido suplantada por su propio signo, o símbolo, el cuerpo (el
cuerpo del artista) se transforma en un pensamiento sensible sobre su propio
valor. Entonces, aparecen, como así vemos en la galería, cartas de
recomendación magnificadas en su formato, como si fueran cuadros de grandes
dimensiones (cuerpo oculto que se auto presenta como una obra de arte:
efectiva, inteligente, resolutiva), o virtuosas bolsas pintadas por la mano de
la artista con un determinado logo comercial (cuerpo invisible y enunciativo de
una pasión intelectual: libros, ensayos, catálogos), o posters enmarcados, y
ligeramente manipulados, de un famoso nombre propio que más que nombre es una
multinacional de galerías de arte (cuerpo que fantasea y sueña con el muy
diverso tratamiento que el nombre del creador adquiere, como así sucede, cuando
aparece unido a según qué poderosos enunciados, o su contrario). Podríamos
citar más ejemplos pero dejemos parte del descubrimiento para quienes, inteligentemente,
opten por una visita real a la galería.
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