Todas la imágenes aquí reproducidas son cortesía de la artista. |
Al igual que la música de Wagner (el más famoso de sus
practicantes, si bien no el único), la obra de Laura Torrado se estructura y se
identifica tanto a sí misma como al espectador que a ella se aproxima por medio
del “Leitmotiv”, recurso sonoro que permite el recuerdo o la memorización de un
determinado argumento de la obra ya pasado, y de nuevo actualizado en una nueva
situación, por medio de ese “leitmotiv”, o cita musical. Dependiendo de la
disciplina utilizada (y el interés artístico de la autora se expande por
diferentes universos referenciales y temáticos, al igual que diversas son las
herramientas utilizadas) se introducen y desarrollan diferentes motivos, y que
pueden variar por medio de colores, composiciones, símbolos, personas, gestos,
melodías, frases…, pero al estar dentro de la obra se identifican plenamente
con su contenido representado y sólo se usan en relación con ese contenido. Por
decirlo en corto: en la obra de Laura Torrado el “leitmotiv” es la constante
que inspira (y salvaguarda) la
considerable variedad (instrumental, nunca mejor dicho) su ya dilatado quehacer
artístico.
Con el
afortunado título de “La oscuridad natural de las cosas” hace muy poco se ha
clausurado la exposición dedicada a Laura Torrado de sus últimos veinte años de
trabajo en el muy piranesiano espacio
del Canal de Isabel II. Antes de situarnos en el contexto específico de la
muestra quisiera hacer algunas puntualizaciones, digamos “prácticas”, y que me
parecen esenciales para mejor captar la esencia de la exposición. Cuando digo
que el título me parece muy apropiado es porque en él (hecho menos frecuente de
lo que creemos) vemos una lógica concordancia entre enunciado y contenido
expuesto, como si en el mismo título ya estuvieran, en un salvaje y veloz escorzo, las características formales y conceptuales
que definen la obra de Laura Torrado. La exposición ha sido comisariada por
Mariano Navarro (brillante y muy aclarador el ensayo por él escrito) con una gran profesionalidad, pero también con
una, digámoslo así, sofisticada “ambientación” (inteligente y ligera, nada
pesante) que tiene su punto de inflexión en el deslumbrante montaje llevado a
cabo en esa especie de “Torre de los 7 jorobados” que es el depósito del Canal.
Debido, precisamente, a las singulares características arquitectónicas del
espacio Mariano Navarro ha llevado a cabo lo que también podríamos definirlo
como un recorrido visual, y en vertical, de esos “leitmotivs” que van pautando
(y puntuando) por igual la obra expuesta como el tránsito del espectador
durante toda la exhibición. Por último, en el catálogo (muy bien diseñado, y
por tanto “bello” en tanto que objeto) hay una extraordinaria entrevista de
Alicia Murría a la artista que bien podemos definir como “enciclopédica”, por
la extensión de la misma y por lo que abarca (y más correctamente, por la
información que suministra y que hace más comprensible las derivas estéticas de
la obra) de la biografía vital y
profesional de Laura Torrado. Leyendo precisamente esta entrevista me he
percatado de que tan antigua como noble acción informativa, una entrevista,
debería ser más frecuente su práctica en las exposiciones que parten de una
revisión antológica de la obra de un artista. Por supuesto, el asunto es más
complicado de lo que parece, pues a la solvencia intelectual y profesional del
entrevistador (cuando la hay, y no siempre es fácil encontrarla) hay que unir
la deseable honestidad (o decencia, o ética) del entrevistado, y ello aún es
más complicado y difícil. Además, los artistas con eso que no diferencian entre
vida y obra el resultado puede ser una “Commedia dell’Arte” que ni ellos mismos
se la creen.
¿La
obra de Laura Torrado es “feminista”, es decir, adscrita a determinados
presupuestos de lo que en el presente entendemos por “arte de género” (absurda
expresión que nada dice y que todo confunde), o, bien al contrario, es una obra
interesada en la construcción de dispositivos donde la idea y concepto de
“mujer” (no tanto en “lo femenino” que, sospecho, la autora no está demasiado
interesada) sirva para establecer
universos referenciales y auto-biográficos? Mirando y remirando su obra pienso
que se puede afirmar que la segunda parte de la interrogación va más acorde con
el talante personal y profesional de la artista. Por supuesto, sin duda, que es
una obra “feminista” pero con unos rasgos diferenciados y muy personales con
respecto a determinada ortodoxia oficial, marcando la suficiente y elegante
distancia entre vida y obra, o entre biografía y profesión, o entre
conocimiento y auto-conocimiento. En toda la obra de esta artista siempre hay
una “distancia correcta” entre pensamiento y expresión, la misma que, muy
inteligentemente, crea entre obra y espectador, obligando a éste a una
consideración de lo observado en función de esa misma distancia. Observando con
detenimiento su obra nos percatamos que el triunfo mayor de su autora es
resituar el pensamiento emocional del espectador (tenga éste el género
biológico que tenga) dentro de las estructuras sensibles de la misma Laura
Torrado, y con ello la acción, inteligentísima, de proveer al espectador de
unas herramientas de conocimiento que por género, educación o formación, no le
corresponden, pero susceptibles de ser leídas y asumidas en tanto que “universo
sensible”. Llegados a este punto, sí que podemos afirmar que la obra de Laura
es “feminista”, pero lo sería más como acción indirecta que como arrogante
demostración de un “ser mujer” que en el absoluto de su acción no se olvida de
fecundar (intelectualmente) a aquellos a quienes desea aproximarse.
No nos
dejemos engañar por el tango, y pensemos
que sí, indefectiblemente, que veinte años son muchos, tantos como para que a
lo largo de este espacio de tiempo la obra de Laura Torrado se haya densificado
bajo las circunstancias propias de toda experiencia de vida. Dado que el
montaje alterna, y con muy buen criterio, en diferentes capas y series, los
“leitmotivs” que han definido la obra de la artista en estos veinte años, se da
la fértil paradoja que series de hace diez, quince años, se intensifican con la
promiscua proximidad de otras en las que la autora se encuentra inmersa en el
presente, o lo estuvo en los últimos años, estableciendo de esta manera
dialécticas productivas entre, por ejemplo, “El Dormitorio” (1995) o “Hammam”
(2013), serie esta de una perversión que espero poder algún día desarrollar tal
como se merece tan inteligente trabajo; o entre “Selfportrait” (1994) o “You”
(2009/2013); o entre “Pequeñas historias bucólicas” (2006, serie que desconocía
y que me parece magnifica) y “El Presentimiento” (1995). Quiero decir con esto
lo siguiente: lo que “ayer” fue leído bajo unos rasgos y presupuestos concretos
en el “ahora” lo interpretamos con otros radicalmente distintos. Unas lecturas
no son mejores que otras, simplemente se han “aggiornato”, como dice los
italianos, bajo la implacable luz del presente. Pero hay una sorpresa
maravillosa y última, muy reciente, la fastuosa serie “Vida suspendida”
(2012/2013, dibujos técnica mixta sobre papel), que, literalmente, sin retórica
alguna, no puede describirse, hay que verla, mirarla, observarla, degustarla,
de ella y con ella “vivirla”.
Empezamos
con Wagner y acabamos sin él, pero con música, o sonidos, pues, luego de haber
escalado la torre de aguas, llegamos al último espacio que la corona, en el
cual Laura Torrado ha creado una instalación sonora (“Prana”, 2013) donde el
espectador se relaja después de tan densa y fértil travesía. Yo estuve como un
cuarto de hora pensando (o no pensando), que, a lo largo de la vida, más tarde
o más temprano, uno tiene la posibilidad
de crear, a su manera y con sus medios, la obertura musical que acompaña a toda
experiencia de vida y obra.
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