domingo, 2 de marzo de 2014

CRISTINA GARRIDO, "The Capitalist Function Of The Ragpicker", Louis 21 "The Gallery", Madrid


Cortesía de la Artista y Galería
La frase “The Capitalist Function of the Ragpicker” (la autoría de la misma pertenece a Adorno en una misiva enviada a su maestro y amigo Walter Benjamin), título de la actual muestra de Cristina Garrido en la galería Louis 21 “The Gallery”, en Madrid, la podemos traducir de diversas maneras, tantas como “versiones”, o “lecturas”, estemos dispuestos a utilizar para una mejor aproximación, interesada e “ideológica”, al contenido semántico que la frase encierra en sí misma, y no siendo ajena a esa ideología o doctrina (bien al contrario) la voluntaria y decidida utilización, en el título querido por la artista para la exposición, de una lengua diferente a la formativa y educacional de su hacedora. Pero para no extraviarnos más de lo que nos dicen las buenas formas, nos vamos a quedar únicamente con dos “traducciones”, la literal y la “artística”. En efecto, el epígrafe utilizado puede perfectamente traducirse, y sin engañar a nadie, como “la función capitalista del trapero”, pero nos interesa más, mucho más, la versión “creativa” de ese mismo cartel. Por ejemplo: “la (dis)función capitalista del productor de hechos artísticos en tanto que procesador de signos encontrados en la basura”. Sin duda, en esta segunda aceptación nos pueden acusar de habernos pasado de creativos, si bien, afortunadamente, ello iría al haber (o al debe) de la propia artista, y menos a nuestra singular y desbocada fantasía interpretativa. Es lo que tiene escribir sobre arte, que te ofrece una gran libertad de acción y pensamiento, y no menor de la que dispone el artista con su obra.
 
El interés, o la preocupación, por la dialéctica establecida entre valor de uso y valor de cambio, o la función mediadora de la producción artística entre esas dos realidades socio económicas, siempre ha estado presente en la obra de Cristina Garrido desde sus primeras muestras colectivas, pero en la actual exposición, a más de un mayor refinamiento formal y de una casi luterana apuesta en la presentación de la obra: austera, silenciosa, grave, temperada en su manifestación expresiva, al igual que económica y ahorrativa en los medios y recursos utilizados, he encontrado otros argumentos que, sin abandonar determinados desvelos “economicistas” (pero mejor filtradas y tamizadas esas perturbaciones propias de la economía de mercado), considero de un gran avance, significativo, en su obra. Veamos.

Cortesía de la Artista y Galería
La artista, con su obra, parece afirmarse en la idea de que en un mundo dominado por las transacciones comerciales, no puede haber lugar para la alegoría, pues la misma ha sido asesinada por la representación comercial de su propia poética, y ésta vaciada de su primitivo sentido, incapaz de reestructurarse más allá de lo que estemos dispuestos a pagar por esa poética indefensa y perturbada. Cuanto más aturdida y dislocada más subiremos el monto de su valor. Para dejar constancia de ello Cristina Garrido se sitúa en un estratégico “fuera de campo”, pero muy importante esta posición aparentemente secundaria, pues es la que le permite, paradójicamente, un “tratamiento corporal” de un discurso dominado por la obsesión capitalista del “te vendo” y “te compro”. Pero vamos a intentar explicarnos de una manera más efectiva o, en la medida de lo posible, “transparente”.

¿Qué entiendo por esa abstracción confusa que he definido como “tratamiento corporal” y que parece más propia de un instituto de belleza o de un spa especializado en lograr estilizados programas (económicos) para embellecimiento del cuerpo? Cuando la alegoría ha sido suplantada por su propio signo, o símbolo, el cuerpo (el cuerpo del artista) se transforma en un pensamiento sensible sobre su propio valor. Entonces, aparecen, como así vemos en la galería, cartas de recomendación magnificadas en su formato, como si fueran cuadros de grandes dimensiones (cuerpo oculto que se auto presenta como una obra de arte: efectiva, inteligente, resolutiva), o virtuosas bolsas pintadas por la mano de la artista con un determinado logo comercial (cuerpo invisible y enunciativo de una pasión intelectual: libros, ensayos, catálogos), o posters enmarcados, y ligeramente manipulados, de un famoso nombre propio que más que nombre es una multinacional de galerías de arte (cuerpo que fantasea y sueña con el muy diverso tratamiento que el nombre del creador adquiere, como así sucede, cuando aparece unido a según qué poderosos enunciados, o su contrario). Podríamos citar más ejemplos pero dejemos parte del descubrimiento para quienes, inteligentemente, opten por una visita real a la galería.
 
El arte, o el sistema del Arte para ser más precisos, es, como bien sabemos, un sistema de signos, o un basurero de símbolos, o un vertedero de poéticas. El artista trabaja en esa realidad conflictiva, abismada en la selva de sus significados, espigando la posibilidad de un brillante en medio del detritus general, y esta labor es, lo será siempre, disfuncional, fragmentada, incompleta. Pero esta Realidad (con mayúscula) es la que sustenta todo el discurso llevado a cabo por Cristina Garrido para esta muestra que hemos comentado. Derrotada la alegoría queda la prosa vital y conflictiva del cuerpo, pero un cuerpo que ya no será “instrumentalizado” como en las poéticas conceptuales de décadas pasadas, pues su función ha variado y mutado. El cuerpo del artista tampoco será ya más “figurativo” pues la continua revisión del contexto (social y económico) donde éste se inscribe está sujeta a la reestructuración del propio signo que como tal le enuncia. Pero esa no presencia es lo que le permite levantar acta notarial de una realidad que, al igual que las palabras que Lord Chandos quiere emitir y no puede, “se nos pudren en la boca”. Nos queda, como bien demuestra la artista, y no es poco, el “making-off” (ser sin estar) de nuestra propia realidad como cuerpos. Cuerpos “sociales” y “económicos” en el backstage de la Historia. Una muestra, en definitiva, más inteligente que “bella”, más intelectual que “encantadora”, más argumentada y dotada de tensión y conflicto que visual y fácilmente agradecida.