martes, 16 de agosto de 2011

POSTMORTEM, Joan Morey

¿Debemos escribir sobre una exposición que para calibrarla en su más justa (y honesta) medida antes habríamos de haber asistido a las sucesivas perfomances que a lo largo de tres meses irán pautando y señalizando los vectores estéticos y conceptuales que el artista, Joan Morey, así lo ha deseado, para de esta manera crear un espacio de interrogación en torno a la compleja (por no decir perversa) relación que el arte contemporáneo ha establecido entre visión y recepción, acción expresiva y teoría estética, semántica de la acción e interpretación silenciosa de esa misma acción, superficie y bajo fondo, decir e intención real de ese decir? En buena lógica profesional habría que responder que no, que lo correcto sería no emitir opinión alguna en ningún sentido, dado que de hecho la exposición no se ha visto en su totalidad, en su discurrir en el tiempo. Ahora bien, además de la lógica profesional también se puede apelar a una lógica, si no estética, sí al menos deudora de la idea de que toda escritura de arte es, de hecho, una escritura más sobra la falta, la ausencia y la herida, de aquello que se pretende mostrar, que una significación filológica sobre unos hechos estéticos concretos. Expresado de manera diversa: la exposición que actualmente presenta Joan Morey en el CASM es, entre otras muchas cosas que intentaremos focalizar, un discurso sobre la falacia de pretender una significación interpretativa, si quiera mínima o bien intencionada, sobre el  “decir en arte”. De ahí que consideremos oportuno, a partir de esta “dialéctica negativa”, intentar aproximarnos a una muestra que lo único que de ella hemos visualizado ha sido la escuálida carcasa representacional de lo que el artista ha querido decir, o dirá en las sucesivas entregas preformativas que se desarrollarán en el  no-tiempo de exposición.

Un gigantesco féretro blanco de altas paredes ocupa el espacio central del CASM. Féretro, en efecto, (POSTMORTEM, es el apropiado título de la exposición), pero sobre todo arena de acción y señalización, donde Morey  lleva acabo las sucesivas perfomances, siempre con espectadores vestidos de negro que han sido convocados bien por invitación personal del artista, bien por cita previa ante el real interés del espectador por acudir al evento. Rodeando a ese féretro, a esa arena del imposible decir, encontramos distribuidos por el espacio seis o siete monitores que, paulatinamente, irán incorporando, visualmente, luego de la propia acción de la perfomance, ese decir otro (visual y proyectivo) tan radicalmente diferente a la conjunción de tiempo y espacio propio de la perfomance. Otro discurso, otra intención. Primero de los inteligentes quiebros y regates de que consta POSTMORTEM.

¿Qué pretende el artista con esta exposición? ¿Negar, o dar por finalizada, la visibilidad extrema de la obra realizada en los últimos años, travestido bajo las siglas de STP (Soy tu puta)? ¿Un cínico acto de “descargo de conciencia”? ¿Establecer una tabula rasa con respecto a la promiscuidad de antaño entre diferentes alternativas estéticas, siendo el fértil matrimonio de arte / moda el más frecuentado por Morey de entre todos esos recursos utilizados? ¿Desplazar el interés mediático hacia un territorio de seriedad metafísica y anuncio de nuevos intenciones? La respuesta a estas interrogaciones sería (como no podía ser menos) tan ambivalente como tramposa: sí y no. Pero al primero que no le gusta esta posibilidad es a quien escribe esta crónica, dado que (en lógica profesional, insistimos) no debería otorgar juicio alguno pues desconozco la parte mollar de la exposición; a su vez, y situándonos en la  lógica estética, la muestra de Morey  demanda, paradójicamente, la emisión de un juicio otro en base, precisamente, a lo que no se ha visto, ni podrá verse jamás aún asistiendo a todas las perfomances programadas, pues de hecho lo mejor, lo más inteligente y noble de POSTMORTEM es la extraordinaria capacidad del artista para crear un complejo discurso sobre la vita finita, sobre las falsas expectativas de la visión como redención de lo creado, sobre la falacia de una “crítica honesta”, sobre la ingenua ilusión de un reconocimiento en la representación, sobre la vida, el aburrimiento y la muerte. Ojalá, todas las exposiciones que uno viera le motivaran para escribir, aún si ver nada, sobre el absurdo, precisamente, del hecho mismo de escribir sobre arte.


(Este texto se escribió con motivo de la exposición que Joan Morey celebró en el Centro de Arte Santa Mónica, en Barcelona, durante diciembre del 2006 y febrero del siguiente año. Hoy, 16 de Agosto del 2011, ha aparecido una fotografía de Jean Paul Gaultier y Lady Gaga en el diario El País vestidos, respectivamente de cura y monja. Ver la imagen de ambos y pensar que estamos a la espera de la gozosa llegada del Santo Padre me hizo recordar instantáneamente aquella magnífica exposición de Joan Morey. Debido al calor de este agosto infernal en Madrid renuncio a analizar con más rigor y empeño el porqué de tan peculiar asociación de personajes. En última instancia considero que la subida de este escrito al blog  lleva como única y honesta razón la admiración que profeso hacia la obra de Joan Morey.)

1 comentario:

  1. A cierta distancia hay palabras que no se entumecen sino que se cargan de habilidad y trasfondo.
    Gracias a Luis Francisco Pérez por acordarse del texto que escribió acerca de uno de mis proyectos en un momento tan y tan adecuado como es la realidad cínica en la que está sumergida la capital española con las JMJ.

    jm

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