martes, 21 de febrero de 2012

DOUG AITKEN, "Black Mirror", Galería Helga de Alvear (Madrid)

Cortesía: artista y Galería Helga de Alvear
        Si bien esta es la primera exposición comercial en España de Doug Aitken justo ahora hace dos años, en las naves del Matadero, pudimos contemplar su espectacular trabajo (todos son espectaculares, es marca del autor)The Moment, y que nos sirvió para ponernos en contacto con la obra de este artista norteamericano, tan singular como inteligente y reconocible. Tan peculiar como grandilocuente, y tan sincero y honesto en sus propuestas como “esclavo” de su propia retórica. Rasgos y características éstos que también están presentes, por supuesto, en este Black Mirror de impecable factura y de exacerbada y fastuosa visualidad.

         En la hoja informativa que la galería ofrece al visitante leemos que un posible
ideario con respecto a Black Mirror vendría significado y resumido en tres palabras o conceptos: “Exchange, connect and move on”. Traducido por el mismo espacio expositor como “Intercambia, conecta y sigue adelante”. No podemos estar más de acuerdo con
esta vitola, si bien añadiríamos una cuarta característica que nos parece esencial en la obra de Aitken, la velocidad. Y en este contexto por “velocidad” no entendemos tanto (que también) la magnitud física que expresa el espacio recorrido por por algo o alguien en la unida de tiempo, como aquello otro que debido a su ligereza o prontitud confunde dos cosas completamente distintas. En el caso de Aitken esa “confusión” es, por supuesto, deliberadamente provocada y estéticamente deseada, incluso en aquellas obras, así la muy famosa Sleepwalkers, que ambientada en la isla Tiberina de Roma, y con Donald Sutherland y Tilda Swinton como protagonistas, desarrollaba un discurso sobre la desolación de una gran intensidad y eficacia. Pues bien, incluso en esta pieza de melancólica y triste factura la “velocidad”, tal como la entendemos acoplada a la obra entera de Aitken, hace su aparición bajo la forma de confundir diversos campos semánticos y diferentes estructuras narrativas. Al respecto recordemos el conocido comentario de Freud con respecto a la música: “Música, te amo y te deseo, pero vas demasiado veloz para mi pobre inteligencia. No te sigo...”.

Cortesía: artista y Galería Helga de Alvear
        Contemplando Black Mirror (y extasiados por ello) podemos muy bien suscribir el muy irónico comentario de Freud. La pieza nos resulta, en verdad, muy bella, y placentera su visión, pero a su vez, y debido a su velocidad, !cuesta tanto seguirla...! Emplazado en medio de ese lujoso prisma exagonal revestido de espejos (con evocaciones tanto de una coqueta orangerie en bucólico parque, como de adusto y severo pabellón de caza), y donde cinco pantallas multiplican hasta el vértigo y el abismo (o la locura) el melancólico deambular de la protagonista de la película, nos preguntamos impacientemente cuando acabará tan solitario vagar por geografías diversas, y a quién telefonea, o es llamada, tan insistentemente, y por qué cambia tanto de lugar de residencia, y a quién sigue o quién la persigue, y ese trajín de aviones que aterrizan y despegan... Bien mirado, ¿y si el fin último de la pieza fuera precisamente provocarnos esa impaciencia y ansiedad, utilizando para ello esos desajustes formales, ambientales y narrativos, revestidos o transfigurados de costosa instalación de arte contemporáneo? Pudiera ser, si bien esta posibilidad nos llevaría a terrenos pantanosos y a no menos inciertas como molestas preguntas, y que se resumirían en una sola: ¿Y para eso tanto...? Sí, porqué no, en definitiva no es poco lo conseguido: activar el discurso crítico e intelectual ante lo observado. Pero Atkien no engaña a nadie, justo es reconocerlo. Sabemos por él mismo que la lógica de la narrativa tradicional (o simplemente entendible) no ocupa un lugar ni esencial ni secundario en la realización formal de la obra. Más interesado está en lograr lo que realmente sí consigue: crear impactantes escenografías con un admirable sentido de la expresión y fuerza poética. Extraños e intrigantes dispositivos dramáticos que reducen al espectador a la misma soledad y desamparo del que padecen los protagonistas de sus ficciones. Esto sí lo entendemos, y ahí radica el triunfo y la eficacia de su trabajo. Con velocidad o sin ella.


1 comentario:

  1. Ya sabemos que estamos solos, ya sabemos que estamos desamparados, ya sabemos que este mundo que hemos creado es una auténtica locura: ¿Es que nunca los artistas contemporáneos se van a cansar de decírnoslo?, ¿es que acaso piensan que el ser humano de este siglo es tonto?, ¿es que tal vez piensan que sólo ellos saben verlo?, ¿es que acaso piensan que aún vivimos bajo el consuelo que, por ejemplo en plena edad media, ofrecía una creencia religiosa, ante la contemplación permanente, y experiencia, de este valle de lágrimas?, ¿es que no se han enterado de que dios murió ya hace un par de siglos casi?... ¿Es que ningún artista contemporáneo se conmueve ante sus semejantes y desde su propia experiencia (empatía) le nace la necesidad de consolar, o al menos deleitar, o tal vez motivar enseñando lo que nos podemos estar perdiendo, a cualquiera de sus coetáneos?
    No negaré jamás el valor artístico de piezas como la que nos describes o comentas que se expone en esta ocasión, pero como común ser social de este siglo, lo digo: estoy cansada de oír siempre el mismo exacto discurso, más que cansada, harta, y para colmo expuesto con el más típico resorte de enganche intelectual/emocional, atrapar al "lector" para decirle algo que ya sabe, que todos los días vive.
    Aparte de eso no creo para nada en el antiquísimo mecanismo de la exposición de obras de un artista contemporáneo "con nombre" en ningún tipo de sala o instalación cerrada "ad hoc", y menos con fines, digamos que lucrativos...
    Me encantaría saber acogida del público, restando invitaciones a críticos y demás flora y fauna (no lo digo en sentido peyorativo, nunca) de este hábitat tan encapsulado del arte de nuestro tiempo.

    Muchas gracias por compartir tu reseña, Luis Francisco.

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