martes, 16 de abril de 2013

Juan Cárdenas, "Los Estratos"

La mejor literatura posee siempre, en su propia estructura interna, un desplagamiento de psicofonías, un coral de voces extrañas e incontrolables, un orfeón de susurros, un banquete de gemidos…, que ello lo podamos calificar de “monólogo in...terior”, bien por convención literaria o histórica, bien por simple comodidad explicativa o didáctica, no explica la complejidad intrínseca de ese monólogo, que puede ser, efectivamente, un soliloquio, pero también, y sin por ello dejar de ser monólogo interior, una sabia orquestación de voces en agrupada multitud, o de requerimientos evocados por muchos seres diferentes pero enunciados desde la soledad de una única conciencia. “Los estratos”, del escritor colombiano, radicado en Madrid, Juan Cárdenas, es un perfecto ejemplo (no hay demasiados) de esa coral de voces que requieren una acción por parte del único protagonista de la novela, al que bien pudiéramos definir como “El Innombrable”, en la medida que este protagonista inicia un peculiar “bildungsroman” a la inversa: el aprendizaje de sí mismo irá de mayor a menor, a la búsqueda, entre otros muchos tesoros, de volver a reconocer el sabor de su nombre pronunciado por la criada negra que le cuidaba de niño.

Toda “novela de aprendizaje”, y “Los estratos” lo es en una doble dirección, necesita de un desarrollo de diversas capas de conocimiento, y aquí hay dos vectores fundamentales para que el lector sea él mismo parte de ese “des-aprendizaje” moral que el protagonista lleva a cabo. Uno sería la utilización de la historia colombiana de las últimas décadas, pongamos desde “El Bogotazo”, en 1948, con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el momento “donde empieza todo”. El otro vector sería la utilización “política” de la lengua, o de la natural manera del “decir colombiano”, como correlato imprescindible para interrelacionar Estado y pueblo, Institución y familia, Historia oficial e historia doméstica. De hecho, estos son las únicas brújulas que el protagonista detenta para regresar a su criada negra y a un tiempo sin injusticias e indignidades, al menos desde la conciencia de una criatura. La novela posee una primera parte urbana, y una segunda (y verdaderamente magistral en la utilización del tempo narrativo) que no es campesina ni rural, es sencillamente selvática. En ambas partes, la violencia está presente únicamente por evocación (familiar, íntima, o estatal), pero una de esas evocaciones es la descripción (diríamos mejor: la visualización) de una horrible decapitación que, para quien esto escribe, es una de las descripciones más brutales que haya leído nunca. Al igual que en ambas partes el lenguaje (magnífico en su riqueza y sonoridad colombianas) es utilizado por el autor como homenaje a un posible y colectivo “ser colombiano” situado en la historia y, a la vez, olvidado de la Historia, o de doloroso recordatorio. Esta sofisticada utilización del lenguaje no era para menos: “Los estratos” cita y homenajea a una de las obras capitales de la literatura colombiana, y no únicamente de esta literatura nacional, sino de toda la lengua castellana. Me estoy refiriendo, lógicamente, a “La Vorágine”, de José Eustasio Rivera.

El protagonista avanza hacia la selva, pero no viaja solo, le acompaña un personaje muy logrado en su configuración formal, el detective indígena. Un ser místico, arrogante y sabio. Mezcla de zahorí y Loge, el astuto hermanastro de los dioses del Walhalla, y el que acompaña a Wotan a recuperar el oro dejado perder por las hijas del Rhin. El protagonista sin nombre se adentra más y más en la selva. No encontrará a su criada negra, ya muerta, ni tampoco recuperará su nombre social. Poco ha de importarle. Ha cumplido su sueño: ser tragado por la selva, como también finaliza “La Vorágine”. “Los estratos” es una novela deslumbrante.
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1 comentario:

  1. He leido algunos fragmentos y la verdad es que Cardenas me parece un colombiano que escribe en argentino, increiblemente: su español es una imitación del porteño, con el uso del vos y con los modismos verbales que usan exclusivamente los argentinos. Es curioso esto, muy curioso.

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