Como suele ser habitual en situaciones carentes de cualquier especulación u acción programada la anécdota o situación que aquí relataré posee un inicio tan doméstico o sencillo como poco espectacular, una simple conversación entre dos amigos. Lugar y hora: la pecera del Círculo de Bellas Artes, tarde en la noche lluviosa, quizá marzo o abril de hará un par de años. Fue Javier Codesal, el interlocutor en ese momento de quien escribe estas líneas, quien me hizo reparar en el repetido comentario que yo en ese momento acababa de hacerle. Repetición de la que yo, y como suele suceder en quien abunda en tan molesto vicio, era santamente inconsciente. Nobleza obliga a favor de la aclaración más presta y cabal, Javier no me recriminaba lo limitado y aburrido de mi obsesión, todo lo contrario, pues veloz como suele ser con las ideas y los actos, me hizo firmar una especie de pagaré en el que yo me comprometía a colaborar en un futuro proyecto artístico suyo que tuviera como argumento o idea esencial la tan patética, quién lo iba a decir, como insistente ocurrencia tantas veces expresada.
Por supuesto, recuerdo perfectamente el motivo que sirvió de espoleta para que Javier me hiciera firmar el más cutre, pero quizá también el más hermoso, pagaré que en mi vida he debido subrayar con mi firma. El motivo en concreto era antiguo, un maravilloso catálogo del Museo del Prado que había comprado el día anterior, El Retrato Español, del Greco a Picasso. Esta información quedaría desprovista de gracia y sustancia (es un decir) si no agregara el comentario que oyó Javier de mis labios: “Este catálogo, magnífico, puede ser estupendo, y desde luego reparador de tanta ausencia, cuando uno, de viejo, pase las páginas de estos geniales retratados; por ejemplo reparar en la muy digna melancolía de Jovellanos pintado por Goya, y sentirse en verdad acompañado, póstumo al fin de uno mismo, contemporáneo feliz y agradecido de una eternidad que cabe en un maravilloso catálogo del mejor retrato del arte español”. Finalizadas estas palabras fue cuando Javier, raudo, me hizo firmar el ya famoso pagaré.
Pasaron los meses. Yo intentaba olvidar la deuda contraída, no así, lógicamente, a quien algo le es debido y desea cobrarlo. Con otras palabras: Javier insistía, elegante y muy civilizado, tan natural en él, pero insistía, con dulzura y perseverancia, pero insistía. La deuda había de ser pagada, la colaboración, más pronto que tarde, se habría de realizar. Este texto vendría a ser un compromiso de facto por mi parte a saldar la deuda, al menos a liquidarla intelectualmente, como primer paso obligado para un mayor y más decidido compromiso participativo en la película que Javier desearía realizar conmigo, que para decirlo en corto y claro podría ser algo así, y con autorización de Max Ophüls: “24 horas de la vida de un hombre que nel mezo del camin de la vida habla sobre aquellos libros, artes, catálogos y músicas que, previsiblemente, equivocadamente o no, podrían servir para llenar la futura (y cercana) vejez de rostros, sonidos y situaciones que paliarán la más que segura soledad, la más que probable carencia de afectos y sentimientos”.
Siguen pasando los meses, y la deuda se empieza a pagar a modo de notas, apuntes, pensamientos, fijados en papel unos, puestos a volar otros... Uno de estos pequeños recordatorios, por poner un ejemplo práctico, sería un verso de Pablo García Baena, autor de edad ya más que provecta, que durante unos días me tuvo obsesionado, incapaz por mi parte de olvidar la grandeza de su densidad poética: “Y amo aún lo que apenas si recuerdo...” Hermoso, ¿verdad? Cuando lo leí por primera vez no lo asocié instintivamente a la estructura narrativa de esa futura película que era una deuda. Fue en el transcurrir de los días posteriores cuando me fui percatando de la belleza terrible que la frase poética encerraba, de la cruel y soberbia posteridad de uno mismo llegado a cierta edad, de la perseverancia de los gustos estéticos contra todo y a pesar de todo, de la huella imborrable en el tiempo de una primera impresión visual, intelectual o auditiva. Con otras palabras: es muy difícil, casi imposible, ser infiel a lo que se ama. Tú entrarás en la infidelidad, pero la infidelidad jamás te poseerá, te tendrá simplemente como humano recordatorio de tu condición. Se seguirá amando lo que ya apenas recordamos...
Los meses y las horas siguen pasando, y en esas horas crueles muere mi padre a una edad no excesivamente generosa, 78 años. Debido a este golpe (brutal) el recordatorio de la deuda estalla en su mayor y más noble violencia, ¿qué sentido tiene hablar de un futuro que no tenemos asegurado? ¿Para qué amueblar, desde la poca o mucha inteligencia, el hipotético loft que quizá jamás vayamos a habitar? ¿Hasta donde nos proveerá de paz y sentido la mirada melancólica de Jovellanos si quizá no nos dé tiempo a sondear la profundísima visión que tan maravillosamente supo retratar Goya? La deuda, luego del fallecimiento de mi padre, se hacía más y más imperativa, pues la presencia de la muerte, la realidad de la ausencia de un ser muy amado, entraba eufórica en la película que se debía, en la deuda que había de filmarse. Toda especulación en torno al más próximo o lejano futuro es siempre, lo veía claro, una negociación con el tiempo; es decir, con la vida; es decir, con la muerte.
Siguieron pasando los meses y las horas. Nos encontramos ahora en la Albufera de Valencia, en medio de la laguna, bajo un sol decididamente africano, donde Javier nos ha citado a un grupo de amigos para ser filmados. Náufragos todos, al fin, Javier, serio, me recuerda la deuda. Parece que has olvidado que tienes firmado un pagaré, me apostilla, cual Mefistófeles de la costa levantina. Hoy, con este texto, he decidido pagar definitivamente la deuda. Me siento feliz y descansado de que la deuda, ya pagada, pueda servir para decirme y decirnos, como el autorretratado del espejo convexo de John Ashbery, que
Este puede ser nuestro paraíso: un refugio
Exótico en un mundo agotado...
Estimado Luis Francisco,
ResponderEliminarTodo un hallazgo el juego de las decapitaciones! me asomaré de vez en cuando para ver la sonrisa de las cabezas al rodar ;-)
mis parámetros culturales espero poder develarlos poco a poco
tu amigo, tu seguidor
Querido Anónimo,
ResponderEliminarnada me gustaría más que conocer tus parámetros culturales, más pronto que tarde. Mientras tanto, recibe mi más cordial saludo.
Muchas gracias, Luis Francisco, por este impresionante e inesperado regalo.
ResponderEliminarLa historia de la eternidad es también la de la internidad.
Agustín
Muy bonito. Tu escritura te lleva mas aya.
ResponderEliminarAtt. Cristina Sofia
Muchas gracias, Cristina Sofía. Espero en futuras entregas de este blog seguir manteniendo tu interés.
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